Dicen que dijo el entonces candidato Bill Clinton, mientras relojeaba a Mónica Lewinsky. En realidad la frase es de un asesor de Bill, quien relojeaba a su vez a Hillary (pero esto es otra historia). Y entonces te preguntas qué tienen que ver Bill, Mónica, la economía y los peces como para aparecer en este blog... Eso, economía, desarrollo sustentable y calidad de vida.
Pues bien, encontré un post para pensar un rato. Hallado gugleando por ahí, refiere a la situación de Pescanova, una empresa de la hostia (hasta ahora, parece), los problemas que le trajo el ISA en relación con los cultivos de salmón y este desarrollo industrial que concentra ultraganancias en algunos pocos y efectos negativos para mucha gente. Y el autor llama la atención, aunque en tono de barricada, sobre el desarrollo de una industria que tiene una enorme huella ecológica, que influye en vida y obra de otros actores sociales y productivos y que no debería plantearse como de crecimiento infinito o a cualquier costo. Vale la pena discutir estos temas antes de que aparezcan los problemas, o en todo caso antes de que los problemas ya no tengan soluciones viables. Aparece también la cuestión de la soberanía alimentaria y de qué pasa con nuestros recursos cuando quien consume el producto final es uno que vive allá arriba.
La burbuja del salmón
Diari ARA, 23 de septiembre de 2013
¿Pueden los salmones acabar con grandes fortunas financieras o hacer tambalear bancos y fondos de inversión? ¿Pueden estos peces migradores y valientes ser responsables del hundimiento de grandes negocios agroalimentarios? Ciertamente si uno los observa desparramados sobre el hielo de la pescadería no se puede imaginar todo lo que hay detrás de ellos, en mi modesto entender, la demostración de la fragilidad del capitalismo en paralelo a los límites ecológicos del Planeta. Veamos.
Detrás de ellos, decía, ya no hay una pesca artesanal que convivía con los caprichos del tiempo, de buenos años de pesca, del manejo de las artes de pesca o incluso del azar, sino que desde hace unas décadas lo que tenemos son multinacionales engordando estos salmones en granjas especializadas. La cría de salmones en cautividad, en jaulas flotantes, es una práctica industrial e intensiva que se ha extendido fundamentalmente por las costas de Noruega y Chile. Sólo en los fiordos del Sur de Chile, se contabilizan más de 700 centros de cría, con una producción total de 100 millones de salmones, con 200.000 salmones en cada una de esas estructuras carcelarias esperando su alimento antes de volar hacia Europa o Japón. Porque ese es el origen del salmón que hoy comemos en nuestras mesas, con un frecuencia imposible de pensar hace unos años y a unos precios imbatibles que se consiguen al no contabilizar muchos de los impactos negativos de esta acuacultura que hay que denunciar.
Sintetizando en los impactos de esta práctica, podemos decir que es un ataque a la soberanía alimentaria de Chile y los países vecinos. Como los salmones comen peces, en estos centros se les alimentan a base de piensos elaborados con sardinas, anchoas o jureles, que han sido pescados por la flota industrial restando a las y los pescadores artesanales muchas opciones de seguir adelante con su medio de vida. Pero como además, para que un salmón engorde un kilo tiene que comer alrededor de cuatro kilos de esos peces, lo que finalmente está sucediendo es un inaceptable despilfarro y expolio de proteínas que deberían surtir los mercados locales a favor de los mercados de exportación. El hacinamiento al que se somete a los salmones ensardinados requiere un abuso de antibióticos, pues esa forma de mal vivir les enferma, y como muchos estudios vienen indicando, con tanta medicación en la cadena alimentaria se favorece la resistencia bacteriana a los antibióticos. Finalmente hemos de saber que una vez engordado el salmón, el procesamiento del mismo se lleva a cabo en maquilas donde los derechos laborales brillan por su ausencia.
Precisamente por las condiciones de vida en las jaulas, hace ahora cinco años,una infestación masiva de piojos de mar favorecieron la rápida difusión del Virus de la Anemia Infecciosa (una especie de SIDA para los salmones) en los centros de cultivos chilenos. La enfermedad provocó la caída del 20% de las exportaciones de salmón atlántico y una pérdida para las empresas del sector superior a 5 mil millones de dólares. Y aquí tenemos una de las explicaciones de la crítica situación que durante estos días hemos conocido de la empresa española Pescanova. Sus importantes negocios de salmones en Chile se vieron afectados precisamente por trabajar bajo un modelo de negocio de ‘crecimiento infinito’ sin ninguna consideración para con la Naturaleza.
Para salvar una gravísima situación, con una deuda superior a 3’5 mil millones de euros, el control de la empresa ha cambiado de manos y los nuevos dirigentes han propuesto una quita del 70% de sus deudas, reducción de plantilla y poner en venta sus activos no estratégicos, entre ellos el negocio de criar salmones, pero ¿podrán salvar la situación? Creo que no les será fácil porque más allá de razones financieras que se me escapan, este gigante olvida sistemáticamente que sus negocios, vulnerables a un pequeño y molesto piojo de mar, dependen de la capacidad de un ecosistema agotado por ellos mismos.
Dicen que hemos crecido por encima de nuestras posibilidades cuando, como hemos visto con la burbuja del salmón, en realidad lo que tenemos es un modelo económico que insta a ganar dinero por encima de las capacidades del Planeta, y urge desmontar cuanto antes esta loca fantasía del crecer y crecer. Como dice Pierre Rabhi, campesino nacido en el desierto, donde los límites son tan intensos como evidentes, “la civilización industrial, con la productividad, la eficacia y la velocidad, nos ha alejado de los eternos ritmos del cosmos y de las estaciones a los que la civilización agraria nos mantenía vinculados”. Modelos productivos como la “agricultura industrial” o la “pesca industrial” han de abandonarse para recuperar aquellos que se construyen desde la humildad de sabernos parte de un complejo sistema natural.
Gustavo Duch. Coordinador de la revista SOBERANÍA ALIMENTARIA.
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