Pescadores y científicos, juntos a favor del Paraná
Por: Claudio de Moya. Trabajan en un proyecto de clasificación de especies ictícolas en el reactivado Acuario del parque Alem.
23 ene, 2012
Saberes científicos y empíricos, cada uno con sus complejidades y sus modos de construcción, suelen evolucionar por separado y con eso desperdician la posibilidad de ser “mucho más que dos”. Al margen de esas tendencias y prejuicios, en Rosario ya funciona una, si no inédita, al menos singular experiencia: investigadores del Acuario del Parque Alem y la Asociación civil de pescadores del Espinillo intercambian conocimientos y experiencias en el ambicioso proyecto de clasificación genética de especies ictícolas del Paraná. Este camino de cooperación, incluso, tendrá una materialización arquitectónica: el diseño edilicio del nuevo Acuario que ya se empezó a levantar al este del Parque Alem, sobre el terreno en el que estaba la vieja “piscicultura”, incorporó a su propuesta original un embarcadero con capacidad para el amarre de unas 70 lanchas de los trabajadores del río. Y esto no sólo servirá para que recuperen un lugar digno sobre la ribera de la ciudad, de la que vienen siendo desplazados por los grandes emprendimientos inmobiliarios, turísticos o náuticos, sino que se plantea como una punta de lanza para un cambio de –o una vuelta a lo que antes era– la cadena de comercialización del pescado que hoy hegemonizan los frigoríficos.
La antigua Estación Hidrobiológica de Rosario, levantada en la década de 1930 en Cordiviola y el río, en barrio Arroyito, terminó convirtiéndose con el tiempo en apenas un sitio de exposición de peces del Paraná, mantenimiento de especímenes e investigación decreciente. En ese predio, tras un largo tiempo de abandono, comenzó en noviembre pasado la construcción del moderno edificio del Acuario Río Paraná, que integrará investigación de alto nivel, una muestra de la fauna ictícola y un parque temático que recreará el hábitat isleño. Además, abrirá un nuevo acceso público al Paraná justo en el centro de una extensa franja ribereña “privatizada” por clubes y guarderías náuticas. Hubo que recorrer un largo camino con idas y vueltas alrededor de la titularidad de terrenos originalmente provinciales, que fueron “regalados” a la Nación para que con los años ésta los cediera en comodato a su inicial propietaria y finalmente cerrara el círculo con una “donación” por el momento transitoria, pero que habilitó legalmente el inicio de las obras.
En parte del viejo edificio que aún no fue demolido, funciona temporalmente el Laboratorio de Biotecnología Acuática, que a cargo de la doctora Silvia Arranz se mudará al espacio que le reserva la nueva estructura del Acuario. La investigadora, integrante del Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario (IBR), encabeza un equipo que desde hace una década estudia el Paraná con una perspectiva integradora de los aspectos ecológicos y sociales. En estos momentos, al borde del Parque Alem, Arranz apunta a desarrollar tecnologías para el cultivo y la conservación de especies autóctonas, y dirige un proyecto de clasificación genética de 100 especies de peces del río, que en principio tiene asignado subsidios por un año pero que espera renovar.
El equipo, que además de Arranz incluye a su colaboradora Nora Calcaterra, también doctora del IBR (instituto dependiente de la Universidad Nacional de Rosario y del Conicet), y al técnico en acuicultura Alexis Grimberg, suma unos diez integrantes. Pero eso desde el lado “académico”. El otro, tiene como referente a Julián Aguilar, secretario de la Asociación civil de pescadores del Espinillo, que reúne hoy a 260 trabajadores del río pertenecientes a varias comunidades. Son quienes aportan los conocimientos del “terreno”, sus cambios y particularidades, y acercan al Acuario especímenes de interés para la investigación, como el caso de una variedad de sábalo que aún no había sido catalogada en la región y mantienen bajo estudio en las piletas del Acuario.
Arranz reparte horas de trabajo entre su laboratorio del IBR y el bioterio del Acuario. “Trabajamos temas específicos como crecimiento en peces a nivel de investigación básica y aplicada, también en fertilización y reproducción pero de anfibios. La idea es incorporar una línea de biopreservación de semen de peces, estamos haciendo un banco genómico. El objetivo es fortalecer distintas áreas del desarrollo de la piscicultura, toda la parte de conservación que ya está en marcha, armando un equipo dirigido a todo lo que sea relevamiento del río”, explica la investigadora. Estos objetivos tienen poca tradición en la Argentina, y fue necesario capacitarse: “Hace diez años que venimos trabajando, pero recién ahora está volviendo al país gente del grupo, investigadores del Conicet, cuya formación en el extranjero fomentamos porque no había en el país recursos humanos con experiencia en estas temáticas”.
Pero en el Acuario, suma la colaboración de los pescadores, en su caso “formados” durante generaciones entre riachos, lagunas y camalotes. “Ya lo tenemos como una realidad esto de venir, censar la comunidad, ir a la isla, estudiarla en conjunto. Hace muchos años que no estábamos en los planes científicos de nadie. No sabíamos de los estudios que se estaban haciendo”, se alegra Aguilar de la oportunidad abierta por la Secretaría de Ciencia y Técnica de la provincia, de la cual depende el Acuario.
“Tenemos el proyecto de clasificación, que en principio dura un año. En este plazo nuestro objetivo es catalogar 100 especies. En el río Paraná hay informadas alrededor de 160, pero no sabemos si son todas. La idea es poder renovar el proyecto y llegar a todas. Cada una tiene su época, y cada año las circunstancias varían”, reseña Arranz. Y se entusiasma con lo que viene: “El Acuario como proyecto educativo es maravilloso. La idea es mostrarle a la gente que no hay sólo las cinco especies más conocidas, sino que estamos hablando de 160. Exponer esa diversidad, que va a sorprender. Y el parque temático será una muestra de lo que es un entorno autóctono”. Pero además, destaca que el lugar reservado a los pescadores completará el cuadro con un actor social principal, muchas veces dejado de lado: el que forman quienes viven y trabajan en el río. “Vienen a preguntar, incluso desde otras provincias, cuándo se reabre el Acuario, y se ponen muy contentos cuando les explicamos el proyecto”, agrega Grimberg, quien precisamente fue el impulsor del acercamiento entre los investigadores y la comunidad del Espinillo.
El concepto general de los trabajos que dirige Arranz es el de la sustentabilidad del enorme humedal centrado en el Paraná, hoy jaqueado por varias actividades productivas que antes no existían o bien se realizaban a una escala que la ecología del entorno podía “soportar”. Y sobre esto Aguilar tiene bastante para contar: “En las islas se deforesta, se agregan animales en una proporción que el humedal no sustenta. Hace unos años se dio la explosión de la producción de miel, por la existencia de grandes montes de espinillos, arbusto de cuyas flores libaban las abejas, pero hoy quedan pocos porque se los cortó, se los vendió, se alambraron los terrenos y pasó a ser todo soja y ganado”.
Aguilar, hijo y nieto de pescadores, afirma que, además de especies como el pacú que ya casi no se ven en esta zona del Paraná, porque huyen del ruido que introducen los motores del creciente parque náutico de Rosario y la zona o los grandes barcos que sacan provecho de la Hidrovía, lo que se nota es un menor tamaño de los peces a causa de la sobrepesca y sobre todo del “modelo” productivo introducido por los frigoríficos. “Desde 1981 hasta el 2000 hubo un mercado interno que se iba fortaleciendo. Pero en 1998 se abrieron las exportaciones, el frigorífico fue elevando los precios llevándolos hasta un punto que era conveniente trabajar para él y no para las pescaderías o los compradores particulares. Luego, la crisis de 2001 volcó mucha gente al río, se avanzó mucho en la sobreproducción. Se abrieron 12 frigoríficos en Santa Fe y Entre Ríos, y se pulverizó el mercado interno”.
La descripción sigue: “Al pescar así, masivamente, se destruyen otras especies, las personas que tienen cultura de la pesca recuerdan ejemplares de surubí de 90 kilos y hoy parece un logro pescar uno de 30, hay que ir a Corrientes para eso. Está bajando la talla porque se pesca más chico. Hace una década un surubí de 5 kilos no se vendía, ahora se están vendiendo de un kilo, porque quedan en las redes de lo que se pesca para el frigorífico. La industria lo pone en una bandejita fileteado y lo venden en los grandes supermercados. Sin beneficio para el pescador, que lo que necesita es exhibir y vender un producto de calidad y buen tamaño”.
Aguilar también hace foco en las consecuencias sociales generadas por este cambio. “Los frigoríficos trajeron a las islas mucha gente para trabajar, con familias, con chicos que no fueron a la escuela, y después se los abandonó. Les pagaban dos piezas por una, se les pagaba con Federales (los bonos entrerrianos de cuando proliferaron las cuasimonedas provinciales) mientras se les vendían alimentos en pesos. Les dieron herramientas que después les descontaban a precios astronómicos. Y después dicen que los pescadores hacen desastres con el río”, hace historia.
Y saluda el encuentro con los investigadores. “Hay un consenso general entre los pescadores de que esto es un avance, porque a partir de mediados de los años 70, con la dictadura, las comunidades fueron desplazadas de sus lugares en un proceso que se fue acelerando. Ahora, al tener un punto de afincamiento como el que brindará el proyecto Acuario, habrá una presencia. Es como decir que están, y que necesitan un lugar en la costa. Es un antecedente. La ribera es un coto de caza privado para los grandes proyectos inmobiliarios, turísticos y náuticos. Esto es un punto de inflexión, la provincia y Rosario reconoce que los pescadores son una parte de la comunidad y tienen sus necesidades. A todos les cae bastante bien”.